jueves, 23 de enero de 2014

La pared.


Unos cuantos mejunjes, trapos sucios, medio rotos. Enmarañados al rededor del cuerpo, cubierto de esa mezcla color tierra. Se untaba sin prisa, siendo consciente de cómo se enterraba cada pieza de su cuerpo.
Y la pared detrás, se apoderaba de ella poco a poco sin resentimiento. Y ella se dejaba absorber, porque esa fue su intención desde el primer momento. Poder deslizarse por aquel muro infinito sin que nadie la diferenciara. Y sentirse dura y fuerte como la muralla más imponente.
Pertenecer a algo fijo, que no varía ni envejece, y cuando el tiempo lo machaca alguien se molesta en recomponerlo. Y no se hunde ni se rinde, no llora ni padece. Un paredón que no pasa hambre, y nadie critica por cómo va vestido porque no se viste. O por su forma de caminar, porque tampoco camina. Y todos fotografían aunque esté mohoso. Y no piensa, y no tropieza. Que nadie le ve, aunque esté casi expuesto. No sé por qué hacía lo que hacía, pero creo que ella quería ser pared.









No hay comentarios:

Publicar un comentario