lunes, 13 de enero de 2014

Del mundo al ciego.

La gente ya no sabe conocerse, y eso me asusta.
A menudo, amigos me cuentan que no entienden a sus parejas cuando le dicen esto o aquello.
Se quejan de los actos inesperados que reciben por parte del otro.
"¡Cómo iba a saber yo que le molestaría!"
Me cuentan lo poco que comprenden la actitud de sus padres o amigos ante X problema,
y es que no perciben que han desaprendido a conocer.
Que nadie se para en ese pequeño detalle que lo dice todo aunque no digas nada.
No escuchan atentamente. Que las realidades van más allá de las palabras, y escuchar no es sólo abrir los tímpanos, sino también los ojos, y todos los sentidos existentes e inventados.
Ya no se contemplan a la cara, porque las pantallas no tienen.
Ni aprecian las pequeñas manías que diferencian a cada ser humano del de al lado.
No acechan por la ventanilla del autobús, ni imaginan vidas ajenas.
Ya no analizan los comportamientos de las personas, van con prisas a todas partes.
Han modificado el orden de los valores, de hecho me atrevería a decir que han deteriorado sus valores.
Critican sin conocer, porque no saben cómo hacerlo.
Hablan sin saber, porque ya no se molestan en ello.
Miran, a penas observan.
No gritan, ni expresan, sólo callan.
Aburren.
Me dan pena, pero no de esa pena arrogante que es capaz de escupir del asco.
Pena, de ¿Por qué hemos llegado a tan poco teniendo tanto para avanzar?
Por qué nos hemos desviado por un camino insípido, donde si haces lo que te apetece te pinchas con miles de prejuicios punzantes que van a matar. E intentan cortarte el paso para que no crezcas.
Por qué a nadie le apasiona nada. Cómo follarán.
Por qué nadie se da cuenta de todo esto.
Por qué intento abrir los ojos a ciegos y me siento muda, cuando hay invidentes que ven más allá que ellos.
Que quien calla otorga y yo no quiero callar.
Ni otorgar.
Ni dejar de buscar respuestas y preguntaros por qué.

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