martes, 10 de diciembre de 2013

Tras el primer asalto.

Ni muy largas ni demasiado cortas, de color rojo intenso y algo desgastadas sobre los dedos más delicados que habían existido nunca.
Acariciaban formando círculos perfectos aquella pasa rosada y carnosa, situada entre dos labios tiernos y afeitados. A ritmo lento y acompasado con su profundo resuello que en forma de eco resonaba solo en la habitación. Apretaba más de la cuenta en algunas vueltas pero siempre tornaba a la normalidad.
Palpó durante algunos segundos el clítoris humedecido e hincó con rabia la uña en el centro de él, sintiendo con los ojos cerrados un dolor instantáneo seguido del placer infinito. Como aquel picotazo de una abeja o el pinchazo de una aguja sobre el dedo. Notar cómo se clava sin llegar hasta el fondo mientras el dolor se expande y las pulsaciones se alteran. Sentir una agonía interna que recorre cada artería, que se cuela con estupor en todos los poros de la piel, y produce escalofríos exiliados en fluidos de un cuerpo cansado que, esta noche, se da por vencido tras el primer asalto.

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