martes, 19 de noviembre de 2013

Violet y el viejo granero.

El viejo granero de su abuelo había oído más que cualquier confesionario.
Entre pajares y polvo ella inventaba sus propias batallas mientras escuchaba el "¡Cro, cro, cro, cro¡" que las mochilas con ruedas causaban arrastrándose por las baldosas.
Les idealizaba de rostro puro y sonrisa cálida saliendo del colegio. Pequeñas vidas con ganas de conocer, curiosas por hacer lo que sólo los mayores se podían permitir.
Imaginaba cómo sus diminutas lenguas asustadas relamían entre sus piernas el sucio placer que a ella le causaba aquel juego. Siempre se arrepentía de aquello, pero no podía evitar gozar con esa peculiar sensación.
Una tarde algo saturada bajo la asfixia del cielo gris, decidió presentarse a uno de los pequeños. A su preferido. Steve, un morenito de metro y medio de altura, tez clara y once años de vida.
El muchacho vivía al lado del granero, ella le observaba todos los días, pero ése lo haría mucho más de cerca.
Al doblar la esquina, Violet le tendió la mano con la sonrisa más picarona que aquel cuerpo de veinticuatro años podía ofrecer. El pequeño Steve, cedió sin pensarlo. La inocencia de la edad no le dejaba deducir con claridad, y ella no parecía tener malas intenciones.
Entró primero y tras él cerró la puerta con delicadeza.
Aquello era enorme, todo lleno de pajares, herraduras oxidadas e infinidad de herramientas.
Le cogió la mano y le acompañó a un montoncito de paja que había en una esquina. Ambos se sentaron y ella empezó a hablar.
-Sabes que siempre has sido mi favorito, ¿Verdad?
No articulaba palabra, sólo arqueaba los labios con la timidez de un niño halagado.
-¿Te gusta jugar? Bien, verás.. este juego será muy sencillo, y eres el único que podía hacerlo bien. ¿Puedo confiar en ti? Será nuestro pequeño secreto.
Él asintió con la cabeza, empezaba a ponerse algo nervioso pero la curiosidad no se le borraba de la cara.
Entonces comenzó la diversión. Violet se puso en pie y se bajó la falda seguida de las medias negras transparentes y sus bragas verdes de encaje. Era más que suficiente. Volvió a sentarse entre el pajar y ordenó a Steve a que se agachara entre sus piernas ya abiertas. Él lo hizo sin rechistar.
-Ahora sólo tienes que imaginar que lo que hay aquí en medio es el mejor helado de tu vida. Debes lamer por fuera e introducir la lengua hasta el fondo de vez en cuando. Vamos, no tengas miedo, corazón.
Su mano le acarició el pelo guiándole lentamente hacia su sexo. Notaba la respiración cada vez más cerca y se excitaba con solo ver sus ojos de desconcierto y palpar ese pequeño corazoncito latir a mil por hora, avergonzado de lo que estaba haciendo. La imaginación de Violet se disparaba al cerrar los ojos. "Vamos pequeño, lo estás haciendo muy bien. Sigue así." Y él seguía, cada vez con más ímpetu. Metía la lengua hasta el fondo justo después de haber relamido todo el contorno. De vez en cuando la miraba y sonreía al ver que ella también lo hacía. Probablemente no sabía lo que era el placer, pero aquello era lo más parecido al amor que había sentido nunca.


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