miércoles, 27 de noviembre de 2013

Con los ojos cerrados.

Sus dedos surcaban cada hilo de pelo, como quien busca arrasarlo todo sin dejar nada suelto.
Así amaba ella.

Desde el cuello hasta la coronilla, dibujaba pequeños remolinos por el camino y nunca se olvidaba de volver a descender.
Y acariciaba cada hueso, y todos los pozos oscuros que se hundían entre tendón y tendón.
Moldeaba los brazos con la yema de sus dedos, palpando los músculos con los que iba tropezando.
Llegaba a sus finas manos y se perdía entre ellas; las recorría como quien retira un guante dedo a dedo.

Mientras, él tocaba el piano en su espalda.

Ella cerró los ojos con la cabeza metida entre su barbilla y el pecho, comenzó ahormando sus labios. Desde la comisura, consiguió quedarse con el tacto acolchado. Con la forma de su nariz y la dimensión de sus párpados. Dibujó hebra a hebra sus pestañas y cejas, llegó a conocerle un poquito más. Ahora podía verle con los ojos cerrados.


No hay comentarios:

Publicar un comentario